6 de agosto de 2018

Amistades cotroñosas


[Fotografía: tantos años atrás, cuando éramos expertos en mantener el equilibrio...]

(¿Me acordaré todavía de cómo se escribe en un blog?)
 
La amistad, esa cosa. Esa cosa que evoluciona a lo largo de la vida, que empieza normalmente a hostias en un parque infantil y pasa por la época de las plastilinas y del pilla-pilla, por la de los granos y la imbecilidad adolescente, por la de las tajadas monumentales juveniles y por la de "unas cañas de tranqui que mañana madrugo para ir al IKEA" de esta tardía juventud (las etapas que vengan a partir de ahora son un misterio para mis 31 años, pero a juzgar por las de mi padre, sesentón marchoso y adulto de referencia en estas lides, pasan por botellas de Rioja y por comidas pantagruélicas los domingos).  Si la cosa va bien, habrá nombres que se repitan a lo largo de todas esas etapas. Si no, habrá cambios, muchos nombres que desaparecerán y serán sustituídos por otros que también acabarán desapareciendo... y así, ad náuseam
Yo he tenido suerte. Más de la que me merezco. Tengo una digna lista de nombre que llevan conmigo años. Y no me lo creo ni yo porque, seamos sinceros, soy una mierda de amiga. Me olvido de fechas importantes, de acontecimientos destacados y tengo el don de no saber nunca qué hacer cuando una persona necesita que le echen un cable. Creo que me bloqueo, y en esos momentos en los que alguien cercano necesita realmente un hombro sobre el que llorar, yo soy la típica persona que se queda con cara de pantallazo azul de Windows, intentando cargar una respuesta digna, para acabar diciendo algo así como "¿nos tomamos unas cañas?"
Buena amiga no, pero como incitadora de consumo de bebidas espiritosas soy fantabulosa.
Creo que tengo la empatía de una zapatilla, lo que me ha llevado a plantearme muchas veces la posibilidad de ser una sociópata (tras leer el libro ¿Es usted un psicópata? de Jon Ronson parece que no lo soy, pero sigo sin descartarlo por completo...). No me malinterpreteis, quiero a la gente que me rodea, a mucha de ella más de lo que me atrevería a reconocer estando sobria, y me preocupo por ellos. Pero soy consciente del hecho de que no sirvo de consuelo, y que en situaciones críticas soy como un gnomo de jardín: no sirvo para nada y molesto a mucha gente. 
El otro día un buen amigo me contó que está pasando por una mala racha. Y, en lugar de limitarme a escucharle (ya que no soy capaz de decir nunca nada útil, por lo menos ofrecer el consuelo de que alguien escucha), hice que la conversación diera un salto mortal hacia atrás sin red y acabé hablando de mi vida. Con dos pelotas y un palito. Monopolicé el tema en un arrebato muy Umbral (aquí-he-venido-a-hablar-de-mi-libro) hablando de mi vida, de cosas del pasado ya superadas que no le importan ni le interesan a nadie en un alegato de egoísmo y egolatría que merecía que alguien me diera con una silla en la cabeza.
Hermosa situación: un amigo contándome sus problemas y yo pasándomelos por el toto y hablando de mí. Porque lo suyo no es importante y lo mío sí.
Es para empezar a darme de hostias en San Juan y no acabar hasta el puente de la Constitución.
Mi amigo me preocupa y me jode por lo que está pasando. No se lo merece. No es algo que se merezca nadie, pero él mucho menos. Pero al kharma parece que se la traemos bastante floja los sufridores de este valle de lágrimas, así que las buenas personas también lo pasan mal. Y a veces esas buenas personas que lo pasan mal se lo hacen pasar mal también a otras buenas personas, y así hasta el infinito, creando una inmensa bola de nieve compuesta por un montón de buenas personas jodidas que no merecen lo que les está pasando. Pero es lo que hay.
Tal vez soy muy pardilla, pero confío en un final feliz. Confío en que todo salga bien, y que las próximas cañas que nos tomemos tengan ese tono de "ay, mira que eres tonto, la de cositas que se te pasan por la cabeza, jijiji" y que el número de buenas personas que lo pasan mal deje de crecer por un momento.
Porque estoy bastante harta de que la gente a la que quiero y aprecio se le tuerzan las cosas de la manera más injusta.
Porque, aunque soy un asco de ególatra narcisista, me preocupo por mis amigos. 
Porque estoy hasta las narices de verme a mí misma paralizada en esas situaciones, sin decir nada más inteligente que "¿nos tomamos unas cañas?".

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