23 de setembro de 2018

Holocaustos sentimentales

[Imagen: Black Mirror, Hang the DJ - temporada 4 episodio 04 -] 

I don't think
anything really lasts

coffee cools
cigarrettes end
music stops
and life simply goes,
on.
I don't think
anything really lasts. 
[A.R]

No sé qué es lo que pasa este verano, pero cada semana recibo la noticia de que una pareja de mi entorno lo ha dejado. No sé si es que nos están echando algo en el agua, o si es que al final lo de los chemtrails es algo más que una teoría paranoica y estamos siendo fumigados, pero el caso es que un número alarmante de parejas que conozco lo han dejado en estos meses. Por si fuera poco, otras dos parejas muy cercanas a mí están pasando (juntas, eso sí) por un momento horrible que no le deseo ni a mi peor enemigo, así que parece que por este lado del Miño las cosas a nivel sentimental están más que jodidas.
Hace unos días hablaba con un amigo de las redes de ligoteo. Este amigo está conociendo a una chica a través de una de ellas, lo que ha dado lugar a un intercambio frenético de audios por whatsapp porque parece que la cosa tampoco está yendo demasiado bien. Después de contarme sus tormentos con esta y otras chicas, me propuso (medio en serio, medio en coña) que yo me hiciera un perfil en alguna de estas aplicaciones, “por probar”.
Cavilando en lo horrible que me parece la idea, la semana pasada en el vestuario del gimnasio (porque sí, aunque no se me note absolutamente nada, yo voy al gimnasio) dos chicas jóvenes, guapas y esculturales cotilleaban acerca de sus últimas conquistas en Tinder. Una de ellas le enseñaba su último fichaje a su amiga: un chico guapo, médico, culto y (a juzgar por la cantidad de comentarios soeces que siguieron a continuación) con un cuerpo como para hacerle un favor y darle las gracias. En estas estaban, poniéndose al día de sus encuentros (y de paso a todas las que intentábamos sacarnos el sujetador deportivo sudado a base de tirones) cuando la segunda en cuestión, no sé si por ser buena amiga o por envidia, le dijo a la otra: “Tía, es demasiado perfecto como para estar en una app así. Seguro que tiene algo malo”.
Desde ese momento (o más bien, desde que recuperé el riego tras quitarme el sujetador) no pude dejar de pensar en esa frase. Creo de hecho que ese comentario me hizo pensar más a mí que a ellas, ya que acto seguido se pusieron a hablar de la falta de dinero de ambas tras un verano apoteósico y de la posibilidad de empezar a vender ropa en web de compra-venta de segunda mano.
¿Qué nos pasa? ¿Qué es lo que está mal con nosotros? ¿Qué tara tan horrible tenemos, de la que no somos conscientes, que aleja a la gente? ¿Cómo se conocía la gente antes de que existieran todas estas app? ¿Hemos perdido parte de nuestra capacidad de relacionarnos socialmente? ¿O es que nos hemos malacostumbrado a que todo sea inmediato, y que nada suponga más esfuerzo que hacer una foto de una falda y subirla a Wallapop?
Creo que nos matan las prisas. Lo queremos todo, y lo queremos ya. Nos apuntamos al gimnasio el lunes y el domingo nos damos de baja porque aún no se nos notan los huesos de la clavícula (en mi caso creo que, directamente, he nacido sin ellos, por mucho que las fotos antiguas de hace 18 kilos menos se empeñen en demostrarme lo contrario). Nos apuntamos a inglés en septiembre y en noviembre ya lo hemos dejado porque creemos que con ponernos la series en inglés con subtítulos ya nos llega. Nos ponemos a dieta el lunes (malditos lunes, cuántas cosas que hacer…) y el viernes nos comemos hasta el servilletero del bar.
¿Hemos perdido la constancia? ¿Dónde ha quedado la cultura del esfuerzo, del trabajo? Me niego a creer que la única forma de encontrar a alguien sea a través de apps. Me niego a aceptar que la realidad vaya encaminada a acabar como en ese capítulo de Black Mirror en el que un dispositivo les anuncia a las parejas que se acaban de conocer cuánto van a durar. Me niego a perderme todo el ritual de las primeras miradas, de las sonrisas absurdas, del recorrer bares en la búsqueda de Esa Persona.
Mi vida está carente de Personas en mayúscula desde hace tiempo. Sigo en un "ni fú ni fa" emocional. Sin novedades en el frente. Todo tranquilo. Calma chicha. Y no sé si es bueno o no, pero ya he dejado de pensar en ello. Es cierto que echo de menos estar emocionada: ese tipo de emoción que te hace probarte quince modelitos antes de salir de casa, que te hace hacer cosas raras como maquillarte un lunes y como desviarte de tu ruta para ir al trabajo dando un rodeo por si acaso te cruzas con Esa Persona.
Creo que no soy una persona ingenua: más bien peco de todo lo contrario. Pero tampoco creo que el futuro pase por buscar a un candidato como se buscan hoteles. Me gustan las cosas que empiezan como sin empezar, como quien no quiere la cosa.
Estoy segura de que estoy siendo muy cerrada de mente, y de que me estoy perdiendo a mucha gente interesantísima por el camino. Pero es un riesgo a correr. Y mientras el mundo a mi alrededor parece estar sufriendo un holocausto a nivel sentimental, los que ya llevamos desterrados una temporada no podemos sino intentar ofrecer algo de consuelo (y digo algo porque en estos casos al final no hay que hacerle y cada uno ha de lamerse las heridas como buenamente pueda) y seguir sobreviviendo a la rutina como buenamente podemos.
Aunque ahora,  cada vez que me pongo a ojear el catálogo de Netflix y paso por encima de cientos de series sin prestarles apenas atención buscando una que me llame la atención, experimento una sensación rara. Como de tristeza resignada.

Ningún comentario:

Publicar un comentario

Fala!